Estamos cerrando listas. Hoy vence el plazo para presentar alianzas, y el Gobierno acelera las negociaciones. El armado en las provincias clave avanza con apuro, más por cálculo que por convicción. Javier Milei delegó en su hermana, Karina Milei, la estrategia electoral nacional, buscando fortalecer su bloque en el Congreso y ganar algo de oxígeno en la última parte de su mandato.
Primer obstáculo allanado: Karina cumplió con disciplina quirúrgica el mandato de lograr personería en todo el país. Desde allí, se habilitaron acuerdos a cualquier costo, sin importar la calidad de las propuestas ni la legitimidad de los actores. Todo apunta a lo que será, sin lugar a dudas, una “elección estafa”. ¿Por qué lo decimos? Porque no fue pensada para beneficiar a la ciudadanía, sino para asegurar la supervivencia de los mismos de siempre.
Un grupo de políticos desorientados, expertos en la rosca, en la repartija, en reciclar apellidos y proyectos, ha diseñado este proceso electoral como un salvavidas propio. No hay épica. No hay vocación de transformación. Solo hay reparto del mismo pedazo de torta. “La política se ha reducido a la administración de lo posible, sin tocar nunca lo necesario”, advertía el sociólogo italiano Franco Cassano.
La escena se repite en todos los frentes. Veremos desconcierto, peleas internas, contradicciones dentro de una misma alianza y candidaturas atadas con alambre. El caos —esa mezcla de confusión, intereses cruzados y desorden— ha invadido toda la política, no solo al oficialismo. La oposición también está perdida en el ruido de sus propias miserias.
Proliferan las candidaturas testimoniales, los rejuntes sin identidad, los inventos de laboratorio: figuras extraídas de la sociedad, presentadas como “la renovación”, pero convocadas con un destino ya escrito. Serán funcionales al aparato que las usa y luego las desecha. Nada más.
El mapa político vuelve a moverse, pero siempre desde el mismo lugar: el centralismo capitalino, donde se urden operaciones, se cierran listas y se definen candidaturas a espaldas del país real. Mientras tanto, la Cámara de Diputados intenta mostrarle los dientes al Ejecutivo y recuperar algo de protagonismo. Rechazó una serie de decretos del presidente Milei y su ministro de Desregulación, Federico Sturzenegger, que apuntaban a desmantelar organismos clave como Vialidad, el INTA y el INTI. Además, apoyó el financiamiento universitario, insistiendo en actualizar por inflación los gastos de funcionamiento de las casas de estudio y liberar las paritarias docentes, medidas que el Presidente había vetado el año pasado.
Muchos de los que hoy denuncian el ajuste gobernaron durante décadas sin resolver nada. Y ahora se preparan, otra vez, para prometernos lo que nunca supieron —o quisieron— cumplir.
Será una elección triste. Sin encanto. Sin pasión. Sin candidatos capaces de emocionar, ni propuestas que conmuevan. No habrá fetiches ni épicas que movilicen a nadie. Solo una sucesión de promesas viejas envueltas en trajes nuevos.
“La democracia es demasiado valiosa como para ser tratada como un trámite administrativo. Y, sin embargo, aquí estamos: atrapados en una puesta en escena donde todo se reduce al cálculo, la rosca y la supervivencia de los mismos de siempre.” Como advirtió Hannah Arendt: «Donde todos mienten todo el tiempo, nadie confía ya en nada. Y una sociedad que ya no puede confiar en nada, no puede actuar. Está condenada a la impotencia.»
Lo sabemos desde hace décadas: los partidos están en crisis. Desde hace años se advierte su deterioro. Hoy, el personalismo ha devorado las estructuras partidarias y ha dejado a la ciudadanía huérfana de representación. La gente ya no milita partidos. Se expresa en causas sueltas, en movimientos espontáneos, en broncas difusas. Participa desde el hartazgo, no desde la esperanza.
Será una elección sin torta frita ni mates. Sin pueblo. Una elección en la que se eligen candidatos, pero no se construye un destino.
Y es que el futuro, cuando no motiva ni emociona, termina por vaciar el presente. Cuando no hay horizonte, no hay fuerza para avanzar. Esa ausencia de ilusión se traduce en tristeza, apatía o resignación. (Por eso la participación electoral es bajísima.) Falta construir un mañana que inspire, que proponga nuevas metas, sueños y sentido de pertenencia. Porque solo con esperanza se puede reconstruir el lazo entre política y ciudadanía.
"Cuando el futuro no emociona, el presente se llena de tristeza.”
Eduardo Galeano
De: Perfil